viernes, 14 de diciembre de 2007

14-12-07

Sentado en una roca junto al mar, miraba la luna al final de su camino. Hacía poco que había anochecido, y aún quedaban rastros de luz en el horizonte. Sintió frío, pero no era lo que más temía. Se volvió a colocar su gorra azul con parsimonia, aquella gorra que rescató del baúl donde la había dejado el año anterior.

No son aquellos realmente a los que tememos,
por mucho que queramos correr tras el futuro
pues llegará a su debido tiempo y momento, seguro;
mientras se pueda, hay que estar junto a lo que amemos.

Sombras, eso era lo que a veces sentía en su corazón. No ver, no creer, no sentir, no pensar. Pero no podía dejarlo. Quería volver, pero su mano sólo acariciaba recuerdos que se esfumaban. Tristeza o locura, ¿qué más daba? Por momentos, se imaginaba como dos partes, dos piernas, que juntas quisieran llegar a un mismo sitio, pero no se pusieran de acuerdo.

Y qué sueñas, qué prometes, qué quieres creer;
en verdad, te sientes siempre joven,
no dejes que tu tiempo roben,
que por alguna vez, te toque perder.

Silencio, y luego las olas del mar. Y quizás no tanto frío como el que esperaba. ¿Podría cambiar su futuro? Bueno, estaba todo por intentar. Bajó la vista y suspiró. Puede que la respuesta estuviera más allá del mar o de las montañas, en aquel olor que tan pocas veces podía percibir con tal infinitud, o aquellos trazos de cielo, que definían todo como nuevos misterios.

Y entonces, quisimos creer para ver,
un nuevo resurgir de nuestra paciencia;
es caer, en esa tenue inconsciencia,
también despertar, y cada día algo nuevo saber.

Aunque tiemblen mis fantasías de agua y piedra,
que no se tuerza el camino, que roza la felicidad;
que se tercie, y sea paz, verdadero espíritu de navidad;
y así bien pues termino, y hállese la bendición del que lo cierra.

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