La ventana se abrió bruscamente, y aquellos que estaban sentados enfrente, apenas movieron una ceja, pues hacía calor aquella noche.
La pequeña bola luminosa fue rodando hasta ir a parar a los pies de uno de ellos, y en su zumbido se pudo entender:
"Haya agua entre los sueños,
que retienen a los pequeños."
Uno de los abuelos agitó el bastón, otro roncó, y otro estornudó. Pero fue la abuela quién respondió:
"No por sustos se adelanta,
la luz no se va ni espanta"
La pequeña bola luminosa botó y recorrió cinco metros y cuatro centímetros por una barandilla, hasta que frenó contra un cojín.
Entonces silbó su musiquilla, en tintes verdes y amarillos, y replicó:
"No hay ni voz ni humo,
de por pelea no presumo"
Volviose una sombra sobre las estepas mientras algunos resoplaban, somnolencia musical, de los que duermen y olvidan, aunque siempre hubo uno atento:
"Hay que rozar el sombrero,
y no dárselas de plumero"
Furibunda, cual vuelo rasante y de estela de velero, en brío y potencia cual sonajero, la pequeña bola luminosa quiso bajar, revoloteando orgullo.
Tanto de dárselas que diose contra los mimbres, en veloz ademán del sabio, melena al viento. Y ella crujió:
"Cazóseme en raudos bajos vuelos,
problemas para el poeta sin consuelos"
Más él, con agilidad y precisión, a ojos semicerrados y bostezo, devolvió suerte y su tranquilidad, gesto certero, maestro y seguro:
"A veces no es fácil la solución,
pero quien busca resurgir, halla bendición;
Unos salen presto y otros quedan,
pero no los tanto que se enredan;
pues si hay tierra de novedades,
se alcanzan con esfuerzo y verdades"
Y aquella pequeña bola luminosa volvió a entrar fugaz por la ventana.
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